dijous, 13 de gener del 2011

El despertar

Decidió tomar la calle que quedaba a su izquierda. Puro azar, ya que no sabía dónde ir y le resultaba complicado pensar con claridad.
Hacía semanas que no podía hacerlo, el que siempre lo había llevado a cabo sin ningún tipo de problema, de golpe y sin esperarlo, no podía concentrarse y hacer las cosas con precisión. Por nada temblaba, por nada entraba en un estado nervioso del cual creía que no podría salir nunca. Pero ya estaba cansado.
Quería acabar de una santa vez con todas aquellas memeces que le pasaban por la cabeza, quería poder discernir entre el bien y el mal, quería poder recuperar aquel yo que había perdido hacía mucho tiempo sin apenas darse cuenta.
Tumbó hacía la derecha y rápidamente o hizo a la izquierda. Con su oreja morena, había tocado una enredadera y le pareció la sensación más detestable que podría haber tenido en ese día tan estival en pleno invierno. Ahora ya caminaba con la respiración entrecortada por una fuerte pendiente al final de la cual podía observar árboles y podía oler ya el mar.
Llegó a la cima de la calle extasiado. Se acercó al borde del peñasco y miró hacia abajo: ahí rompían las olas con toda su fuerza y su rumor parecía llamarlo en la abstracción de sus pensamientos. Era el momento de acabar con todo: pensó que nadie le echaría de menos, que nadie se acordaría de él, que el representaba un estorbo para aquella sociedad que a toda prisa intentaba cambiar ciertos aspectos arcaicos y cómodos y que se aglutinaba con el único propósito de competir. Sí, competir como los animales para ser los más fuertes de la manda.
De pronto, una suave y tenue brisa le hizo conectar de nuevo con la realidad. Se retiró de ese límite geológico, se arrodilló, puso una mano en el suelo y rompió a llorar: no pensaba en nada, pero sentía que era lo que necesitaba, que el agua más humana, con su capacidad de arrastre, se llevase todo lo malo que había en él.
Se abrazó a un árbol en silencio, ya sin llorar. Murmuró unas palabras de aquellas que no pueden oír ni los pájaros, murmuró su secreto.

1 comentari:

  1. Y cuando piensas que no hay nada peor que ser quien eres, solo te queda el volver a intentarlo. No hay nada como un buen reto.

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